Perihot, Cristo Salvador, Moscú oculto

La embajada argentina en Moscú está cerrada al público los sábados aunque en la información oficial que entrega a través de internet se anuncia que es posible visitarla entre las 10 y las 18. No es así. Aunque la excursión para llegar a ella en un nuevo perihot (cambios de línea, transbordos y desplazamientos) a través del metró ruso, nos sirve para descubrir cosas peculiares que en estos primeros dos días no habíamos visto. Una de ellas, las máquinas expendedoras de bebidas que se encuentran en los pasadizos para cruzar grandes avenidas bajo tierra sin tener necesidad de semáforos o lidiar con algún conductor histérico. Los hay en Moscú, pero los responsables del tránsito velan para cuidar a los peatones como nunca antes lo he visto en otrro país. Y eso que he recorrido unos cuantos desde Brasil y Estados Unidos hasta la frontera de Siberia con China y Mongolia.

 Estas máquinas expendedoras se presentan de a dos de manera contigüa. ¿Por qué? Porque la de la izquierda, aunque sus productos se repiten con los de la derecha, sirve bebidas frías. La de la derecha, las ofrece calientes. Así las cosas, un café con leche se puede consumir con una temperatura, o con la otra. 100 rublos es el precios para calentarse la garganta en invierno, o apagar la sed en verano. Parece un precio justo para el servicio que reclamamos. Resulta curioso encontrar gente que nos pregunte acerca del sabor del café tostado con leche que acabamos de adquirir. Quizá sea porque las máquinas tienen una apariencia china, que haya quienes las contemplen con cierta desconfianza. Mal hacen. La última vez que vi algo parecido fue en Tokyo, Japón, en un barrio de la periferia. Acá, si bien no se ven en todos lados, la ubicación de estas máquinas parece estratégica.

Tachamos la escala prevista en la embajada y tomamos rumbo hacia la Catedral de Cristo Salvador. Es el templo más importante de la Iglesia Ortodoxa Rusa y vamos a llegar en una fecha muy especial. Celebran la Pascua Ortodoxa en estos lares, y hay cola para entrar aunque la tarde amenaza tormenta. El dispositivo de seguridad es extremo. Hay agentes que visten de traje y se comunican nerviosamente dentro de la iglesia vía walkie talkie. Se empecinan en tener todo bajo control y cada vez que el Patriarca va a bendecir a los feligreses, apartan a los curiosos con ademanes y sudando la gota gorda. No lo pasan bien. Empezamos a ver que el efecto del atentado en San Petersburgo la primera semana del mes de abril ha desatado una suerte de psicosis.

El interior de la Catedral de Cristo Salvador exhibe magnificencia, lujo y ostentación. Desubican dos carteles de neón con la leyenda "Cristo" en uno, y "renace" en otro. Están enfrentados a unos 15 metros del suelo del templo, flanqueando el atril y la posición de los sacerdotes en el centro de la escena. La gente asiste de pie a la misa. No hay bancos ni sillas. A los hombres se les insta a quitarse el sombrero o el gorro antes de entrar, y a las mujeres se las obliga a colocarse un pañuelo en la cabeza. Nadie lo toma a mal o se contraría. Eso sí, camuflá muy bien tu máquina de fotos, smart phone o filmadora de mano para llevarte un recuerdo de tanto oro y reliquias porque si te ven utilizándola te arriesgás a que te echen de manera no muy elegante.

No hay forma de pedir un permiso o un salvoconducto para documentar la visita. Cuando en Rusia te dicen "no", es "no". Al salir, un diluvio se deja caer sobre nosotros y el mundo parece correr para buscar un lugar donde guarecerse aunque sea mínimamente. Eran nubes de agua, pero su color gris oscuro prometía frío también. Lo prometían, y cumplen. Encontrar cobijo en el Miles Café, a 200 metros de la Catedral, es una señal celestial a la que nos asimos sin remilgos. Una hamburguesa con pan negro, pepino, queso, panceta, cebolla morada más una cerveza rubia, por un lado. Un plato de fideos y otra cerveza por el otro. Combatir el frío y el golpe bajo que nos aplicó el clima desde que llegamos, se convierte en una obsesión. Hay un mes por delante. Muchísimo trabajo por hacer. Y no es cuestión de permitir que la salud se vaya a resquebrajar.

Al salir del Miles Café, el objetivo es el Otkrytie Arena, estadio del Spartak de Moscú, bautizado así por el nuevo patrocinador de la entidad. El Banco Otkrytie. Es que los bancos ya no sólo se quedan con los ahorros. Ahora ya se están quedando hasta con los nombres de los estadios. Allí se van a jugar partidos importantes de la Copa de las Confederaciones. Llegamos de noche a la puerta. No hay nadie. Sólo la potente luminosidad que mana de la mega pantalla televisiva en el frente del coliseo, y la figura del espartano, el símbolo del club, en posición dominante, dispuesto a luchar. Un agente de seguridad se acerca de da manera a Carolina y le espeta que allí no se puede grabar imágenes después de las 20 horas. La orden parece demencial. Ni tenemos pinta de terroristas, ni molestamos a nadie. No hay gente diez cuadras a la redonda. De hecho, el lugar se presta a tener cualquier tipo de problema porque las adyacencias al estadio son oscuras y hay rincones que parecen ocultar algún aguantadero. La visita no dura más de 15 o 20 minutos. El viento nos quiere llevar volando al centro de Moscú, pero preferimos viajar en subte. Las manos están heladas, aunque así y todo, buscaremos la calle Arbat vieja. Un lugar emblemático relacionado con la aristocracia, artistas emergentes o de moda, y la historia soviética.

La calle Arbat vieja es una peatonal que se transita por espacio de algo más de 10 cuadras.Pronto será medianoche y el tenor de sus luces recuerda más al mes previo de la Navidad europea, que al amanecer de la primavera rusa. 0 grados, o 2 grados bajo cero. El tiempo se debate entre esos dos índices. El rostro parece ajado, pero mientras estés dando vueltas por la calle en Moscú, será imposible que te dé sueño. El contexto no habilita ni para pegar una cabezadita en el subte. Tampoco la presencia de algún borracho en la peatonal o de un par de treintañeros cerca de agarrarse a trompadas por los efectos del etílico en sus venas.

Es el momento de regresar al hóstel con bandejas de sushi comprado a precio económico en un supermercado de la calle Arbat. Los mercados están abiertos las 24 horas y su oferta es sencillamente extraordinaria, aún de madrugada. Pensábamos que estaríamos solos en la hora de la cena pero nos acompañan Margarita, recepcionista del Godzilla's, bella mujer de 28 años nacida en Kamchatka, sí sí, el lugar cuyo nombre inspiró aquella recordada película con Ricardo Darín. Y un turista brasileño de 34 años de nombre Diogo, nacido en Natal, que se hospeda una semana en el hóstel. Margarita, de apellido Denisova, nos cuenta que estuvo muy cerca de irse a trabajar a Colombia pero no prosperó porque "necesitaba mejorar mi español". Asegura que "la verdadera Rusia no la van a ver en Moscú ni en San Petersburgo", y muestra su indignación porque "en Kamchatka, cerca de mi ciudad, los japoneses nos roban la pesca". Diogo hace hincapié en otro tema. "Rogaba que Argentina no saliera campeón del mundo en Brasil en 2014 porque ni loco lo hubiera podido soportar. Ni yo, ni la sociedad brasileña", insiste. Y en el medio del frío que envuelve Moscú, recuerda que "Natal tiene playas bellísimas. Estoy viajando porque necesito trabajo y tengo tiempo. Salí de viaje con mi novia, pero ella se volvió a Brasil y yo vine desde España para acá a ver si tengo suerte de encontrar algo". La vida está muy complicada. No sólo en Argentina.

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