Almacenera top model y barras bravas rusos

Cuando aparece la posibilidad de dormir más de cuatro horas diarias lo tomamos como una bendición. Sucede durante la última mañana en Samara. A la tarde está pautado el viaje a Ekaterimburgo, así que aprovechamos. Y para comer, encontramos la solución a la vuelta del hóstel. Sandwiches en el almacen del barrio, atendido por una chica rusa con cualidades para ser top model. Tiene el cabello negro. Lacio y sedoso. Y unos ojos azules que capturan la atención del visitante al primer contacto.



Se cuida mucho las manos. Sus dedos son finos. Mide por encima del 1,70m y aparenta practicar deporte en su tiempo libre. Es elegante en cada uno de sus movimientos, y la perturba un poco que filmemos cómo sirve cerveza tirada dentro de una botella de plástico. En Rusia está prohibido circular con los envases de bebida alcohólica a la vista porque se considera una incitación al consumo. El truco que le han encontrado los comerciantes es este. Camuflar los brebajes en recipientes cuyo contenido no puede identificarse.

Es la última imagen fuerte que nos llevamos de Samara antes de abordar el avión rumbo a la ciudad en la que perduran mil historias sobre los Romanov. El Zar Nicolás II, su esposa la Zarina Alejandra, sus hijas Olga, Tatiana, María y Anastasia y el benjamín de la familia, único hijo varón, Alekséi.

Apenas llegamos a Ekaterimburgo, otra imagen inolvidable. Un hincha del Krylia Sovetov que visitará al Ural por la Premier League rusa -ha llegado un grupo nutrido al lugar-, se corta las uñas de los pies en un sillón detrás de donde está sentada Carolina, frente a la recepción del hóstel en el que nos reportamos y donde, según nos indican, no habrá nadie en la mesa de entrada hasta la mañana siguiente. Suficiente información para concluir en que debemos irnos del lugar. Con los muchachos volveremos a coincidir, pero ya en la cancha, porque estamos invitados a presenciar el juego.

Maksim, colaborador del COL 2018 y joven funcionario de turismo del gobierno de la ciudad, nos ayuda a encontrar nuevo alojamiento cuando ya es de noche. Yendo al lugar, se ven las típicas despensas rusas que, como algunos grandes supermercados, permanecen abiertas las 24 horas. La exhibición de pescado ahumado suele ser una tentación a la vista. No nos alcanzan las palabras para mostrarle agradecimiento porque la temperatura es gélida, la humedad alta, el hambre lo habíamos saciado en un modesto restaurante al lado del edificio en el que habíamos quedado en encontrarnos, pero el abrigo empezaba a quedarse corto.

Nos presenta a su amiga Elvira, una joven simpática y robusta, recepcionista del hóstel, quien nos cuenta que conoce México porque una amiga suya se fue a vivir allí con su novio mexicano. No nos sorprende. Muchas chicas rusas ingresan en páginas web para conocer latinoamericanos con el objetivo de dulcificar su destino. El hombre ruso convencional, nos han comentado ya varias personas, no suele poner interés en el tema.

Mientras nos ponemos cómodos en una habitación para seis personas de la que tendremos que mudarnos temprano por la mañana cuando se libere alguna con menor cantidad de camas, observamos como se prepara la ciudad para lo que será la multitudinaria celebración del 72do aniversario de la victoria frente a los nazis en 1945 durante la Gran Guerra Patria.

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