Lago Baikal omul y caviar a precio increíble

Asia comienza en Pervouralsk, localidad ubicada a 17 kilómetros de Ekaterimburgo. Una columna de 30 metros emplazada en 1837 por el príncipe Alejandro II, coronado en 1855 Zar “de todas las Rusias”, marca el límite fronterizo, al que ratifica una línea transversal pintada de color entre celeste y turquesa sobre el asfalto. Entre ese kilómetro cero e Irkutsk, donde estamos ahora, hay una distancia de 3.489 kilómetros. Según Google Maps, en coche tardarías algo más de 43 horas en cubrir el recorrido entre ambos puntos. Un dato más acerca de las enormes dimensiones del país más grande del mundo.

Si en Ekaterimburgo nos encantaba el paseo a los laterales del Río Iset que recorta la ciudad en el centro, en Irkutsk nos embelesa la puesta de sol sobre el Río Angara que desemboca en el Lago Baikal. La reserva de agua dulce más grande del planeta. Ese punto está a la altura del poblado de Listvianka, al que el remisero Kiril nos lleva en su coche a las 13 horas de este jueves. No nos ha costado dar con él porque vive en el Masha Hóstel y su manera de ganarse la vida es llevar turistas hasta el lago. Son 69 kilómetros de viaje entre espesos bosques, con una vista permanente al curso del Río Angara, que se ensancha y se estrecha en consonancia con el cambio de dibujo topográfico de la costa.

A Kiril hay que hablarle en inglés como a un niño muy pequeño para poder conversar un poco. Su roce con clientes le dio la posibilidad de manejarse con lo básico y así alcanza a comentarnos alguna de las tantas leyendas chamánicas sobre el lago. Las grandes rocas que en el pasado cobraron vida. Lusud Khan, el monstruo del Baikal. Atrapan las pequeñas referencias que nos da, y apetece investigar más sobre ellas.

Y como sabe que este lugar es inexplorable en dos días, de hecho es imposible conocerlo a fondo aunque lo recorramos durante un mes en una balsa, nos pregunta qué queremos hacer en el rato que dure la visita. Le digo que comer omul (el pescado de cuyo sabor he leído maravillas) y caminar por la costa del lago para sentirlo. Se trata, una vez más, de experimentar el privilegio de estar vivos.

Kiril cumple. Frente al Lago hay una feria de pescado y el olor del omul enamora. Los ejemplares de este pez pariente del salmón se cuecen de dos maneras. Ahumados calientes, o fríos abiertos y exhibidos como se preparan los salames antes de colgarlos en la charcutería. Hay que llevar de los dos. En cualquier lugar del mundo costaría una fortuna comer este pescado pero acá te llevás 4 por 200 rublos (es decir, 3 dólares y medio, unos 66 pesos argentinos). El omul frío se rasga con los dientes. Es sabrosísimo y de esta manera se consume como fiambre. Por eso no llena así te comas un montón. El caliente, en cambio, satisface mucho más y llena. El sabor en boca responde a la categoría de manjar. Si uno tiene mucha hambre no puede consumir más de cuatro, que son los que acaba de zamparse el bueno de Kiril, al cual invitamos.

En agradecimiento, nuestro gentil remisero nos indica que agarremos el pan casero local y le untemos lo que nos acaba de indicar que compremos y que nos han dado en una bandeja de plástico de un cuarto kilo. A la vista parece una mermelada de perlas minúsculas de color entre naranja y dorado. “Ikra”, nos dice. Lo traduzco y veo “caviar”. La bandeja me acaba de salir 54 pesos argentinos al cambio (165 rublos, menos de 3 dólares). ¿Viste la sensación cuando no podés creerlo? Tal cual. Lo más curioso es que en esta parte del mundo el caviar y el omul sean alimento de pescadores y la gente más modesta de Asia, y que en a miles de kilómetros, en el mismo planeta, estas cosas sólo puedan pagarlas jeques o millonarios que jamás sabrían reconocer el valor real que tiene presenciar el Lago Baikal en vivo y en directo.

Cerramos nuestra estancia en Siberia visitando el Museo del Lago Baikal (la entrada oscila entre los 185 y los 300 rublos de acuerdo a si uno concurre a todos los salones del recinto, o si lo visita en forma parcial. De 3,25 a 5,30 dólares. Es excelente la muestra de ejemplares autóctonos embalsamados, y la información histórica acerca de cómo han evolucionado la fauna y la flora del lugar. Dan ganas de continuar sacando fotos hasta el mes que viene en este paraíso, pero es hora de irse porque se acaba el recreo. Hay que prepararse porque a las AM 02.00 pasa un remís a buscarnos para ir al aeropuerto. Restan por visitar tres ciudades sede del Mundial, y muchas aventuras más por contarles.

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