Qol Särif y la magia infinita

Es sábado, y teniendo en cuenta que hay que viajar por la tarde rumbo a Saransk porque era la única opción de agarrar un tren que nos permitiera cumplir con el itinerario a rajatabla, nos levantamos a las 06.30 AM. El objetivo es aprovechar la cercanía y las horas que tenemos para recorrer el centro histórico de día, ya que anoche sólo hemos podido hacer una aproximación a las inmediaciones de la fabulosa mezquita Qol Särif.

Alyona (Léase Aluóna) nos ha devuelto 900 rublos (alrededor de 16 dólares) porque el asunto del tren provoca que tengamos que desechar una noche de alojamiento en su apartamento. Así, nos tomamos un colectivo con el objetivo de acceder a la Catedral, conocer el Kremlin de la ciudad cuya fortificación interior alberga a la Mezquita y demás edificios característicos, pasear por el parque frente al refinado Ministerio de Agricultura e ingresar en Qol Särif.

El interior de la Mezquita fascina. Cada piso, comenzando por el de la planta baja, en donde se exhiben lámparas de lujo y cuyo centro preside una miniatura de Qol Särif realizada en vidrio y con un esmero digno del creador de la Capilla Sixtina. Parece un bonsai iluminado con acabados de joyería, situado sobre un pedestal de algo más de un metro y medio de altura, que se presta para efectuar excelentes tomas fotográficas. Hemos tenido suerte porque no se permite la afluencia de turistas en masa, y porque hay horarios reducidos para acceder. Un privilegio que añadimos a la lista de este viaje.

Se nota que el lugar se prepara para un ritual. En el salón del primer piso no se puede entrar. Es el lugar en el que se practica el culto que finaliza con la muchedumbre orientada a La Meca. Ese piso está cercado. Sogas de color dorado impiden profanar el suelo, y los colores azul y turquesa que dominan cada escenografía dentro y fuera del templo (sobre todo en los minaretes, cada uno de los cuales mide 58 metros de alto), se repiten hasta en los tapices interiores. Observamos ese espacio desde la altura superior, a la que sí está permitido llegar, pero desde la que se prohíbe sacar fotografías. Un sistema de seguridad y monitoreo que incluye cámaras en la mayoría de las esquinas altas de cada planta de la estructura, controla los movimientos de cada persona que ingresa.

Antes de salir, escuchamos como una joven entona estrofas del Corán con voz angelical unos metros más allá del lujoso bonsai de la Mezquita. La atmósfera acá dentro apacigua. Convoca a la introspección y la meditación. Carolina decide llevarse un recuerdo. Un pañuelo musulmán de color turquesa. Es mediodía y es uno de los útimos que quedan. Uno de los tantos objetos que se pueden adquirir apenas se cruza la puerta de entrada del templo, antes de entrar en el recinto. O, afuera. Los sábados y los domingos funciona frente a la Mezquita aunque dentro del Kremlin de Kazán, una especie de feria con tablones de madera largos sobre caballetes, repletos de artículos. La mayoría de las personas que atienden el negocio son mujeres.

Nos da la sensación de que todos los edificios en este casco antiguo dentro del Kremlin, como ocurre también con la Torre Siuyumbiké, la Catedral de la Anunciación o el Campanario de Iván El Grande, tienen magia. Kazán es un emblema de la Rusia policromática y su estrellato se extiende incluso más allá de las murallas de su Kremlin. Es distinta. Muy diferente a los demás centros de poder del país. Por eso también resulta uno de los destinos más requeridos por los propios rusos para pasar períodos de vacaciones. Y quizá por eso también, a un alto porcentaje de su población le gustaría independizarse y recuperar la autonomía de otro tiempo. Lo intentaron en 1992, pero Moscú les denegó ese derecho pese a haber triunfado la postura independentista con un 62,23% de los votos.

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