Sochi, lujo, belleza y tensiones en la Riviera Rusa

Después de la fenomenal charla con Christian Noboa acerca de sus elecciones de vida, formar una familia con una mujer rusa, establecerse en el país, tan lejos de su tierra y de sus familiares, y de conversar acerca de la eliminatoria de clasificación para la Copa del Mundo, Christian se fue al aeropuerto para abordar un vuelo a Kazán y reencontrarse con su familia y nosotros volvimos sobre la 1 de la madrugada al hóstel.
Apenas pudimos dormir un par de horas porque un remís debía pasar a buscarnos a las 03.45 AM para viajar a Sochi en tren.
Lo feo que es cuando los párpados se te caen de la misma manera como se desparrama una persiana sin una tira de elástico que la sujete. Utilizamos las últimas fuerzas que nos quedaban para ingresar las maletas al vagón del tren y arrojarnos cada uno a su cucheta.

En este caso, el viaje Rostov del Don-Sochi toca hacerlo en un coche cama de segunda clase. Los vagones de los trenes comunes tienen tres categorías y observar cómo viaja la gente en la tercera te deja boquiabierto. En nuestro espacio coincidimos con una dama y su hija, ambas corpulentas. El marido de la señora también lo es, al viejo estilo soviético. Me queda la impresión de que de una bofetada, el hombre podría noquear a un oso grizzly.

Del uno al diez, 6 puntos para el sofá cama. El recorrido por las vías prevé vibraciones y relieves, y no hay un sistema que reduzca el efecto incómodo de estas variaciones, por eso no se puede puntuar mejor. Hay pastas o carne troceada con arroz para comer, por lo que la comida tampoco le da un gran salto de calidad a la experiencia. Sólo se trata de llegar. Pero cuando el tren ingresa en el Krai (región) de Krasnodar, las espectaculares vistas a la costa del Mar Negro el viaje se transforma en placer. Resulta embriagador ver como a lo lejos el horizonte se funde con el agua.

Bajar del tren resulta un suplicio porque sólo hay 5 minutos de stop en la estación principal de Sochi, y las maletas están atrapadas bajo las cuchetas de la señora y su hija. Se dan cuenta de lo preocupados, nerviosos y cansados que estamos, y el matrimonio nos ayuda a sacarlas y a descender. El idioma no representa ninguna barrera cuando se trata de superar la desesperación.

El playón en donde esperan los taxis y los remises en la estación de Sochi es Vietnam. Llama la atención porque en este lugar la ciudad es sinónimo de lujo por el centro comercial enfrente y las embarcaciones de alto standing ancladas allí. Los taxistas pelean por levantar buen dinero y se enfurecen cuando un remisero, más cuando es joven y formal Nikolai, el nuestro, ha estacionado provisoriamente en su camino. De milagro la bestia que le increpa no le ha metido un puñetazo en plena nariz. Momento desagradable que recuerda ciertas prácticas mafiosas de algunos taxistas que campan en el Aeroparque Jorge Newbery y en el Aeropuerto de Ezeiza y convierten en una pésima experiencia el arribo de turistas extranjeros a Buenos Aires.

Decirles que no vayan al Kristina Guest Room, hóstel situado en un lugar prácticamente inaccesible en medio de la montaña. Quédense en un hotel céntrico y hagan un esfuerzo en el presupuesto. En Sochi, el dinero vuela. Pero cuando tenés una agenda nutrida -la dirección ejecutiva del COL 2018 nos ha incluido en un tour exclusivo para periodistas que informan sobre los preparativos el Mundial-, lo mejor es quedarse cerca de donde está la acción. Y en Sochi, la acción está en pleno centro. Por eso Carolina se hizo cargo de abonar 160 dólares por dos noches (oferta por ser temporada baja, ya que el precio normal es de 180 dólares por noche) en una hermosa habitación en el Hotel Denart de 3 estrellas, con vista al Mar Negro.

Es, lejos, el alojamiento más confortable en el que pernoctamos durante todo el mes en Rusia. Al ver que no íbamos a quedarnos en el hóstel, le había pedido a Nikolai que me sugiriera un hotel no muy costoso, y nos consiguió lugar aquí, en el 16 de Pereulok Gorkogo, a menos de 10 cuadras de la playa. Nikolai, como mucha gente aquí, casi no habla inglés, pero me cobró 30 dólares por el favor y por traernos de nuevo al centro. Me pareció un precio justo teniendo en cuenta el problema en el que estábamos.

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